Hay dos formas muy distintas de fracasar. La primera, la de quienes asumen que están condenados a ello y, por ende, se dejan llevar. Es la forma fácil de fracasar, la que apenas duele, ya que incluso se normaliza y se incorpora el concepto de fracaso a la identidad propia.
La otra forma de fracasar es la que escuece. La que resulta una tortura constante que no termina de acabar contigo. Esta forma de fracasar se ilustra muy bien en lo que está haciendo el Málaga Club de Fútbol esta temporada.
Se trabaja, todos ponen de su parte, se renueva al personal en todos los ámbitos, hay una afición detrás que supera a todas las de la categoría. Los jugadores (en general) se dejan la piel en el terreno de juego.
Pero caer así duele mucho. Duele por Andrés Caro, una de las mayores esperanzas de la cantera malaguista que ayer fue una madre en defensa languideciendo en cada envite. Duele por ver lo bien que funciona Lago desde que llegó, por ver que por fin se ve puerta a balón parado, que por fin somos capaces de remontar un resultado en contra, por ver a un Febas con una esquisitez con el balón sublime. Y duele por Luis Muñoz. «…Oh capitán, mi capitán…» Ayer hundiste el barco porque a ti te dio la gana, querido Luis.
El descenso es un hecho. Nos vamos al fútbol no profesional. Una auténtica vergüenza para una ciudad como Málaga. Pero es lo que hay, nos vamos a donde merecemos. O a donde merecen estar los que han propiciado esta situación. El club necesita una purga de arriba a abajo. Si hace falta, se desaparece de nuevo. Da igual donde estemos, lo que no da igual es que la gente no se digne a hacer bien su trabajo.
En cualquier caso, mientras haya escudo para besarlo, siempre estaremos ahí.
Todo el cortijo al carrer